El anciano estaba postrado, casi moribundo cuando sintió el aroma de los dulces horneados que tanto le gustaban.
Haciendo un gran esfuerzo se bajó de la cama y se dirigió a la cocina. Fue lento y trabajoso, a veces casi arrastrándose, hasta que logro llegar a la fuente de los ricos aromas. Sobre la mesa había varias bandejas de las golosinas recién horneadas. Se arrastró lo más cerca que pudo de la mesa y utilizando las últimas fuerzas que le quedaban estiró la mano, un poco más y casi tocaba las golosinas y de pronto sintió un agudo dolor en la mano y la dejó caer.
Miró arriba y vio a su anciana esposa con la espátula en la mano amenazando con golpearlo otra vez:
"¡No te atrevas a tocar otra vez, son para tu funeral!"
25/9/16
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