Entra el papa a la habitación de su hija treintona a buscar algo, y lo que se encuentra es un vibrador. Cuando la hija vuelve del trabajo el señor la cuestiona sobre el aparatito. Ella contesta: “Mira, papá, no pienso casarme, no voy a vivir con un webón que se pase los domingos en casa en shorts, tomando cerveza y viendo futbol todo el pinche día, aparte que haya que lavarle, darle de comer y aguantar sus pinches flatulencias por toda la casa, además de que sea un egoísta en la cama y que en cinco minutos él quede satisfecho y deje la víbora chillando. No papi, este amiguito mío nunca me falla, está disponible siempre, es muy limpio, nunca se cansa, y no tengo que dedicarle tiempo. Aparte lo puedo cambiar cuando quiera sin más trámite. De manera que lo prefiero mil veces que a cualquier hombre”. Al día siguiente la chica vuelve del trabajo y, sorpresa, se encuentra a su papá en la sala con un trago en una mano y con el vibrador en la otra. “¡Papá! ¿Qué haces?”. “¿Qué tiene?”, contesta el viejón ya medio achispado, “¿no puedo tomarme un trago con mi yerno?” Y mi querida lectora lanza esta oferta (¿reto?): “Si se reúne un grupo de tus queridas lectoras o lectores, con gusto les platico del tema. A mi edad estoy más allá de inhibiciones. Sería maravilloso compartir, educar, entender el orgasmo. Porque hay millones de mujeres que no tienen ni idea de lo que es, cómo se siente, en fin.” Otro: “A tus queridas lectoras y lectores, recomiéndales el disco de mi entrañable amigo Facundo Cabral con el título de ‘Masturbación’.”
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