Me inscribí en un gimnasio el año pasado. Me costó $5,000 y no perdí ni un gramo de peso ni un centóimetro de cintura. Al parecer es necesario ir ahí.
Cada vez que se me escapa la mala palabra “ejercicio”, me lavo inmediatamente la boca con chocolate.
El beneficio definitivo del ejercicio cotidiano es que te veas espléndido en la caja durante tu funeral.
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