"Ya te dije que para ese hombre es como remodelar su cocina" le dice desesperada su abnegada esposa Erzsébeth Tóth (Felicity Jones) a su marido, el presuntuoso y ambicioso Lászlo Tóth (Adrien Brody, demostrando de nueva cuenta el peso del dolor solo con sus ojos), y uno junto con ella, ya que para todos es obvio que el ricachón pedante, petulante, pesado, creído, caprichudo y resentido solo tiene arranques de ganas e inspiración que de la noche a la mañana puede dejar de lado con una rabieta, es decir, el epitome máximo del capitalismo, un tipo que piensa en él y solo en él, que solo se ama a si mismo, y que si acaso pareciera tener algo de cariño por un único ser diferente a él mismo, en este caso su madre, en realidad solo es un manierismo para demostrar que sigue siendo humano, y al mismo tiempo, enaltecerse en forma de linaje, es decir, estamos ante el cada vez más mostrado problema del capitalismo rapaz en forma física con un hombre que aunque aparenta ser culto, humano e inteligente, dista mucho de esas virtudes, pero si las necesarias para hacerse de dinero, como lo son la arrogancia, el amor propio, la inseguridad personal, la ambición desmedida y el hambre de vanagloria.
Estos momentos, los que critican al sistema de poder y el monetario, la brecha entre los privilegiados y los de abajo, y por supuesto, el romántico sueño americano que la mayoría de las veces puede ser una pesadilla, es donde brilla esta larguísima cinta de Corbet, ya que señala lo que casi siempre es diferente, dándole un enfoque especial a la historia, en este caso, lo turbio que puede llegar a ser la búsqueda del anhelado sueño americano, pero por otro lado la historia parece extenderse innecesariamente, no en las escenas que buscan ser épicas intentando emular el cine de epopeya de antaño, sino en los momentos en que se redunda en las ideas una y otra vez, como en la mencionada primer cita inicial, cuando la escuche me encanto, pero conforme se repetía una y otra vez sentía que perdía fuerza, entiendo que quizá quiera darse a entender que el protagonista no aprende, pero las mismas palabras exactas se sienten reiterativas, como sucede con muchas cosas en la cinta.
Esa pesadilla migrante se muestra perfectamente en ese plano secuencia inicial, donde seguimos a Lászlo por todo el interior del barco junto a todas las personas metiéndonos de lleno el tumulto hasta liberarnos con ese cielo azul hermoso y la poderosa imagen de la estatua de la libertad volteada, como burlona imagen blasfemica de la estatua recibiendo a los nuevos integrantes - "Dame tus abatidas, tus pobres, tus amontonadas muchedumbres que ansían respirar libremente" - de ahí en más seguimos la vida del arquitecto, desde su trabajo con su primo americanizado (Alesandro Nivola) y ¡católico! y su esposa viboreante (Emma Laird) en la mueblería de la pareja, pasando por sus aventuras sexuales donde saca a relucir sus manías, con la construcción de una biblioteca donde se ve por vez primera el estilo brutalista que le da título a la película, y su trabajo en construcción donde es "rescatado" por el mencionado magnate Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce, robando impunemente cada escena en la que aparece).
Es ahí cuando comienza la labor titánica central de la cinta, una empresa grandísima de un mausoleo simbólico que tendrá biblioteca, gimnasio, auditorio y capilla en medio, con todo y abertura central en forma de cruz que se ilumina de forma casi etérea en el lugar, pero la dificultad del proyecto, los dimes y diretes, los accidentes de trabajo, los arranques de soberbia del arquitecto judío, y las rabietas del ricachón hacen que sea una misión casi imposible, esto aunado a la drogadicción de protagonista, su esposa enferma y su sobrina traumada, que aparecen pasando el intermedio de la cinta, con el mejor momento en esa alarmante sumisión del judío arrogante por parte del abyecto empresario que como en toda la cinta, muestra sus simbolismos con trazo grueso, todo esto acompañado de una fotografía en 70 mm perfecta para contar esta epopeya, una banda sonora majestuosa y buenas actuaciones.
Lástima que su final sea tan apresurado y trompicado, que sea tan repetitiva en sus ideas, y peor aún, que siga esa manía cansina de victimizar a los "inteligentes, buenos, educados, y talentosos judíos" por parte de todos los demás, que son monstruos ignorantes, malévolos, viles, insidiosos, crueles y estúpidos, sean católicos, protestantes, norteamericanos y por lo visto palestinos, como deja claro su mensaje sionista de que merecen ese pedazo de tierra, que solo entre ellos pueden vivir felices y esa tétrica frase final "lo importante es el camino, no el destino", ósea que para los judíos el fin justifica los medios, no es una sorpresa pero eso no exenta de que a uno le den escalofríos.
Calificación: Bastante Bien