En una de las escenas más poderosas del filme, y del año, Eunice Paiva (Fernanda Torres, perfecta) llega a su casa en plena madrugada, sin hacer ruido, ve a sus hijos dormidos en sus camas, y a una de sus hijas acostada en su cama, pasa sin hacer aspavientos, se mete a la regadera y sufre en silencio, esta es una exquisita muestra, de la clase que muestran el director y su protagonista, de como contener sin dejar de mostrar el sentimiento interno de una persona, olvidando ladramatización cada vez más usual en el cine, que lo va asemejando a esas novelas mexicanas donde para mostrar hay que exagerar, es decir, en manos menos hábiles y de menos talento esto se habría prestado para una victimización excesiva, con la protagonista llorando a tambor batiente, golpeando paredes, y gritando su dolor mientras se lo pasa a todos los demás para que la acompañen en un rito chantajista hacia el respetable, cada vez menos respetado, en lugar de eso Eunice hace lo que escribí, se toma un baño donde se talla con fuerza la mugre y con esos movimientos rudos de manos, ese encorvamiento de espalda, esa mirada perdida, la entendemos perfectamente, mucho mas cercana qué si hubiera hecho una escena.
Es abrazada por su hija Nalu (Barbara Luz) que la espera a que termine, y le pide que la deje descansar hasta el día siguiente, cuando despierta Eunice encuentra a otra de sus hijas, Eliana (Luisa Kosovski) acostada junto a ella esperando a que despierte, y luego recibe a todos con alegría y sonrisas, no hay quejas, solo resiliencia de una mujer que contagia a sus hijos una fuerza impresionante, en una situación donde cualquiera se derrumbaría, este es el sentimiento final que desea transmitir la cinta, por supuesto, estamos ante una dolorosa y encabronante crónica de un hecho real, la desaparición de una persona por parte de una dictadura militar, que con la excusa de detener comunistas asesino miles de personas, y somos testigos de la historia de una de estas familias destrozadas para siempre, porque como dice la matriarca familiar más avanzada la historia, no se puede olvidar el pasado, porque sería como si no pasó, olvidar a los muertos, y dejar esas manchas para siempre en la historia del país haciendo como que no existen.
Walter Salles entrega una cinta preciosa, que técnicamente roza la perfección, con esa fotografía en verdes grisáceos qué destila luz por todos lados, con un diseño de producción qué cae en lo enfermizamente quisquilloso al recrear la época de los setenta, y con música de la época que hacen imposible que uno no entre en la fantasía, además de escuchar sin cesar el soundtrack al terminarla, y con un reparto en estado de gracia que nos sumerge en la historia, Salles filma con clase, incluso las partes más duras y exigentes, porque apuesta por el amor en lugar de la crítica, el odio, o el chantaje, dando la obra que merece la mujer que lucho tanto contra una injusticia, además de que parece tener mucho de autobiografía, ya que en esa época el mismo Salles era un adolescente que disfrutaba al tiempo que empezaba a conocer el mundo, siendo amigo de Nalu, una de las protagonistas, se entiende por ello, lo personal que resulta para el director, y lo intimo que es la historia, de tal forma que la recreación de esa época es formidable, más que técnicamente, en espíritu.
Salles apuesta por presentar un inicio de cinta donde conocemos a toda la familia Paiva, desde su patriarca Rubens (Selton Mello), que es todo lo acuachador posible con sus cinco hijos -cuatro hijas, un hijo-, jugando al futbolito, prestando una camisa, aceptando a un chucho callejero, bailando cada que puede... como dice Eunice, es un niño más, ella tiene que controlar el hogar, o por lo menos intentarlo, y vemos a todos bailar, jugar fútbol, practicar vóleibol, ir a la playa, nadar, tener reuniones un día si y otro también, ir al cine, escuchar música, y tomarse fotos, derrocharse amor, bromear, pelear, enojarse... así que cuando llega el momento donde los militares llegan como si nada a su casa, ya tenemos cariño por todos, y vemos como un acto tranquilo pero perverso destruye a una familia, a partir de entonces el tono cambia, los interrogatorios a Eunice son sombríos, oscuros, con tomas cerradas, y ausencia de música, y cuando la dejan salir vemos su lucha desesperada, por saber donde esta su esposo, y por mantener a su familia, sin nunca soltar una queja, sin dejar de sonreír, sin victimizarse, pero sin dejar de luchar aunque se quede sola.
Pero Salles nunca señala de manera directa, incluso muestra la faceta turbia de los revolucionarios, esos rebeldes de la dictadura, que tomaban embajadores como rehenes para liberar compañeros, haciendo que la situación cada vez estuviera más tensa, y notamos poco a poco que Rubens tiene algo que ver con ellos, se lo oculta a la familia, es reservado en el asunto, llegan mensajes que solo el recibe, atiende llamadas a espaldas de los demás, y si no contesta él cuelgan, es decir, sabemos que esta metido en algo y podemos intuir en que, pero nada nos prepara para lo que viene después, pero es importante señalar que no lo desvincula totalmente de responsabilidad, pero también deja claro que nada puede merecer lo que pagaron, al tiempo que entendemos que su privilegiada vida vino de su tiempo como diputado, donde además hizo valiosas amistades, y por ello el duro golpe de caer a ser de clase media baja cuando se desata el infierno, pasando de una casa donde cruzando una calle estabas en una playa preciosa, a vivir de arrimados en un sector urbanizado.
Es valioso mencionar que toda la ambientación cambia conforme se suceden las vivencias, después de la desaparición cambia no solo el tono de la cinta, sino la fotografía y ambientación, siendo ahora ocre y opresiva, pero aun así con momentos luminosos que brillan más que nunca, es impresionante el ambiente de tensión que logra cuando son abordados por los militares, la presión que uno siente cuando los secuestran, el suspenso cuando son vigilados, el dolor de buscar a alguien de quien se teme lo peor, pero más importante aun, los momentos álgidos que vienen de la tenacidad de una madre y esposa que no se rinde ante nada, que nunca se ve derrotada, que no acepta la victimización, que mantiene el temple en todo momento, y que siempre hace lo más adecuado e inteligente, sin que en ningún instante traicione su ética y moral, ni que ceda a los caprichos de sus hijos aun en medio del dolor. Con una elipsis majestuosa desde una feliz fotografía en las playas de Rio de Janeiro a otra cuarenta y cuatro años después, muy diferente, pero con las mismas entusiastas sonrisas.
Eunice se permite pocos momentos de sufrimiento -cuando ve a otras familia felices comer helado-, y siempre son mostrados con un gesto, una mirada, un labio tembloroso, un movimiento de manos, un tono de voz, un ritmo en la pronunciación, porque como aparento con esos asesinos que no tenía miedo, debe aparentar frente a sus hijos que no está destrozada, que la vida sigue, que no están derrotados, y lo transmite a su descendencia, con esa magnífica y espléndida escena de la foto, donde todos los integrantes de la familia se rehúsan a dejar de sonreír, "ah, el editor quiere que estemos tristes", "sonrían chicos, sonrían", ante la mirada desconcertada del fotógrafo y reportero, porque Eunice y su familia requieren sonreír, no para esconder su dolor, sino para mostrarlo valientes, porque esas personas que querían verlas derrotadas, destruidas, tristes, cabizbajas, vean que no es así, porque la mejor manera de retar a ese sistema -y a cualquier sistema asesino-, es demostrar que a pesar de todo somos felices, seguimos viviendo, y esbozamos una radiante sonrisa.
Calificación: Sobresaliente














































