Hacia la mitad de esta peculiar cinta, el joven aspirante a músico de blues Sammie Moore (el músico Miles Caton, debutando en pantalla grande) apodado "Predicador", por fin esta desatado en la guitarra, acompañado por el piano del alegre borrachín Delta Slim (Delroy Lindo) logrando que todos se pongan a bailar y zapatear como desquiciados en ese granero convertido en bar musical, prácticamente llevados por la locura colectiva, en medio de cuerpos sudorosos moviéndose al son de las notas, de tal manera que uno quiere levantarse y acompañarlos en la enérgica fiesta, y más aún por la forma en que el director y su director de fotografía Autumn Durald arman ese poderoso plano secuencia, donde vemos a los músicos de ese momento tocar con enjundia para luego pasar a ver músicos ancestrales con instrumentos sencillos haciendo música africana quizá, y luego rockeros de los sesenta y/o setentas tocando guitarra, raperos, cantantes de hip hop, disco, y hasta unos orientales colándose por ahí en danzas folcloricas, todo esto mientras la cámara sigue a unos y a otros, se mueve con clase y seguridad entre todos, para finalizar con una toma al techo quemándose para luego ver las estrellas y alejarse mostrándonos todo desde fuera, sin cabaña-bar, para simbolizar qué son libres, aunque sea solo espiritualmente, y solo por un instante, y presentarnos de manera directa a la amenaza de forma precisa de espaldas.
Este momento musical no es solo desde ya, una de las mejores escenas del año, sino que demuestra perfectamente todo lo que desea mostrar Coogler, y lo hace de manera fantástica, sin dejar de enseñar lo que hacen todos los personajes para dejar claro donde están todos, y los deseos del villano de la historia, que nada tiene que ver con destrucción, odio, racismo, animadversión o cualquiera de esas cosas que pregonan los amantes de la victimización, aquí el problema no es el odio y la muerte, sino algo aún más peligroso y amenazante, el hecho de que alguien llegue y te robe lo tuyo, lo que te hace ser tu mismo, que se "apropien" de tu cultura, de tu ser, de tu mente, y te lleven a pensar como una colmena, de tal manera que nunca puede salirse uno del matiz principal, uno que llama a la inclusión y fraternidad, pero que en realidad solo significa la pérdida de individualidad y pensamiento propio, por lo que inevitablemente muere el espíritu.
Apunte que "Sinners" es una película peculiar, no podría ser de otra manera con su mezcla de géneros y multitud de ideas, la cinta comienza con un Sammie ensangrentado siendo evidenciado por su padre pastor (Saul Williams), para regresar un día antes donde conocemos a unos gemelos, el tenso Smoke (Michael B. Jordan) y el relajiento chulo Stack (Michael B. Jordan por partida doble), estos regresan de Chicago a Clarksdale Mississippi el 15 de octubre de 1932 para comprar un granero a un ricachón escupidor racista, ahí planean hacer "juke joint" para que los negros que viven trabajando en los plantíos de algodón puedan disfrutar un poco de la vida, los gemelos deambulan por el pueblo preparando todo, comprando lo necesario, consiguiendo al personal idóneo, y visitando viejos conocidos ahora que han regresado de Chicago con una pequeña fortuna supuestamente ganada por trabajar con el mismísimo Al Capone y tener muchísima bebida, incluida una cerveza irlandesa y un vino italiano, que esconden más de lo que aparentan.
Así que el trío de parientes suman al músico blues Delton Slim, al monstruoso ropero Cornbread (Omar Benson Miller) como cadenero, la cántate Pearline (Jayme Lawson), los profesionales comerciantes Bo y Grace Chow (Yao y Li Jun Li), y hasta la mujer de Smoke, la orgullosa Annie (Wunmi Mosaku) para preparar la comida, esto también nos lleva a ver el enfrentamiento de Smoke con su (ex) mujer, con todo y doloroso pasado, y el del chulo Stack con la briosa Mary (Hailee Steinfeld), con quien también arrastra un complejo pasado, esta cinta de época perfectamente mostrada con un diseño de producción espléndido, y un apartado musical exquisito hacen que nos interesemos y se pase el tiempo volando, y es entonces, a los cuarenta minutos de metraje, que entra en escena un personaje que literalmente cae a la pantalla, quemándose, un tipo perseguido por unos indios, y que es ayudado por una pareja de blancos por pura ambición, solo para descubrir que han dado permiso de que comience una pesadilla que cambia el tono de la cinta, y la muta de una cinta de época musical a una de terror qué abraza la violencia y la sangre, pero aferrándose más que nunca a la música.
Justo ahí, después de ese magnífico plano secuencia aparece Remmick (Jack O'Connell, entregando nuevamente una interpretación formidable), un blanco irlandés que llego a América, trae promesas de igualdad, fraternidad y familia, valorando y apoyando el talento, por lo que al escuchar a a Sammie no duda en buscarlo, casi extasiado, necesita conocer a ese guitarrista prodigio, el mismo es un músico country qué se avienta dos canciones, la primera socarrona, la segunda muy bella, y por supuesto, el tipo no descansará hasta poder entrar y hacerse con la "amistad" de Sammie, a como de lugar, usando sobretodo una labia que parece salida de algún comunicado buen rollista de cualquier empresa negrera, esclavista y asesina, sumado por supuesto a ese mensaje contradictorio - y por ello más interesante - de un villano irlandés, un pueblo tan oprimido como golpeado, y que aquí mismo da pistas de lo que ha vivido/aguantado, como prueba, la magnifica interpretación/escena de "Rocky Road to Dublin".
La metáfora es obvia, y bastante inquietante, Remmick no es un tipo racista sino algo más peligroso, es alguien que toma lo que le gusta, que se apropia del talento, la cultura y la historia de los que desea, e impone sus propios pensamientos, gustos, historia y moral a los demás, es decir, Remmick es mucho más peligroso que los extremistas racistas del Ku Klux Klan, es un tipo que se vuelve dueño de todos sin que estos se den cuenta, y que al final gustosos aceptan lo que parecía inaceptable, un obvio simbolismo a esa élite capitalista y rapaz, a los hombres poderosos, a los que se vanaglorian de ser "inclusivos", y que por supuesto son racistas como son clasistas, pero de manera educadamente maquiavélica, por ello el Remmick de O'Connell desea eso nuevo de valor qué acaba de descubrir, más que nada en el mundo, y para ello puede derramar la sangre que sea necesaria.
Y si esto es mostrado con una carnicería sangrienta, acción que parece salida de los años ochenta, simbolismos por todos lados, un villano memorable que brilla bailando danza irlandesa en una escena magnífica, buenos sustos, una banda sonora majestuosa, poderosas canciones melodiosas y pegadizas, respeto por las reglas de los vampiros usadas de manera eficiente, y personajes que son centrados, poco más puede pedirse, con todo y cierre revanchista, y mensaje valiente de que todos somos pecadores, pero a pesar de las consecuencias debemos mantener firmes nuestras creencias, y pelear por ellas, ya sea a balazos, o haciendo vibrar una guitarra hasta el fin de nuestras vidas, aunque nos pueda tocar visita de estos chupasangre otra vez, quizá sesenta años más tarde, con ellos siendo diferentes pero iguales, y solo contenidos por nuestra fe.
Calificación: Sobresaliente














































