En cierto momento de la película le comento a mi madre que esta me tiene desesperado, no por el terror que es casi nulo, ni por el suspenso casi inexistente, ni por un misterio que resulta más obvio de lo que se pretende, simplemente por el hecho de que la película es incomoda en un sentido desesperante, personajes que siempre toman la peor decisión, modos de actuar que son ridículamente insólitos, momentos que exasperan por lo surrealista, vamos, no hay quien se crea que la rencorosa madre Lola (Milena Smit, tan bien como nos ha acostumbrado) permita que sus dos hijastros jueguen a asfixiarse y que se quede tan chunga, pero aún con todo esto algo mantiene nuestra atención.
Quizá sea lo estilizado de la fotografía y los encuadres de la cinta, o ese sentimiento ochentero de estar a inicios de esa década en España donde se vivieron tantos cambios y sorpresas, pero voy más a que es lo tétrico que resultan esos dos infantes de rubio platinado con ojos brillantes claros y sonrisa escalofriante, en especial la nefasta Tina, encarnada soberbiamente por Anastasia Russo, y solo un poco debajo el Tin de Carlos González Morollon, estos dos desde el primer momento causan malas sensaciones y estas solo crecen desde entonces, lástima que la trama solo de tumbos y no este al nivel de la mala leche que derrochan estos dos chiquillos, pero esa ingenuidad y felicidad que siempre muestran incomodan, al igual que la terquedad de Lola que jamas volverá a tener fe por más milagros que viva, y un logrado plano secuencia final.
Lola y Adolfo (Jaime Lorente) se acaban de casar y pierden al niño que esperaban, Lola pierde la fe tan grande que profesaba pero es convencida por su marido de adoptar un niño ya que no pueden tener uno propio, se quedan con dos extraños gemelos algo grandes que parecen confundir las palabras de la biblia tomando todo literal, lo que los lleva a destripar al perro, o asfixiarse, pero Lola sospecha que en realidad usan esa fachada religiosa para cometer atrocidades como el ataque de un pequeño, algo que su marido no cree, y que la madre superiora (Teresa Rabal) niega, lo que sigue es obvio, cosas raras, muchas sospechas, y el enfrentamiento maternal con sus retoños, el final se quiere ambiguo pero lo cierto es que algunas escenas claves esclarecen el asunto, en especial el de esa jeringa donde reluce la verdad, pero termina faltando algo, más dureza o redondez.
Calificación: Palomera
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