La palabra "dendrofobia" viene del griego "dendrón", árbol. Así, dendrofobia es aversión o repugnancia a los árboles; y dendrófobas son las personas que odian o temen a los árboles.
Los dendrófobos suelen ser gentes de ciudad, más acostumbradas a pisar asfalto que tierra. Son "asfaltófilos" que prefieren una acera de cemento en vez de un camellón de pasto, y un poste de metal en vez de un árbol.
Existe la hipótesis de que la dendrofobia es una forma de la necrofilia (o afición a las cosas muertas) y que está alojada en la parte más primitiva de nuestra masa encefálica: esa parte llamada "cerebro reptiliano".
En ese rincón profundo de nuestra percepción, todo organismo vivo, incluyendo los vegetales, es amenazante justo porque tiene vida propia y por tanto no es controlable y predecible en la forma en que lo es una cosa inerte: un poste se queda en su sitio tal como se le pone; no crece ni engorda como sí lo hace un árbol.
De ahí la tendencia natural que tienen hacia una planta todo niño pequeño o ser humano de cualquier edad pero sin educación ecológica: romperle una rama o arrancarle una hoja, nomás porque sí. Es decir, el primer impulso instintivo de un ser humano hacia el reino vegetal es agredirlo: cortar, talar, quebrar, mutilar, arrancar.
En su inmensa mayoría, los dendrófobos no son conscientes de serlo. No saben que su actitud de odio o temor contra los árboles responde a un impulso primitivo. Por el contrario, creen que su actitud es racional, producto de un ejercicio de reflexión intelectual. Esa trampa mental se llama "racionalizar" y consiste en envolver con supuestas "razones" lo que no es sino un impulso elemental, irracional.
Para lograr esta racionalización y disfrazar esa actitud primitiva, el ser humano tiene sobrepuestos al cerebro reptiliano otros dos cerebros; el más reciente y evolucionado de ellos se llama neocórtex. De ese neocórtex obtienen los dendrófobos las justificaciones ("razones", para ellos) para descargar sin remordimientos su odio o su temor primitivo contra los árboles.
Listo unas cuantas de las dizque "razones" esgrimidas por los dendrófobos para justificar la tala o mutilación salvaje de árboles en sus banquetas o patios, o su negativa a sembrarlos o regarlos.
· Las raíces levantan las banquetas (el cemento es sagrado, el árbol lo profana y merece por ello la muerte).
· Tras el tronco se puede ocultar un asaltante y las ramas pueden ser escaleras para ladrones (paranoia pura).
· Tiran mucha basura (para los dendrófobos, las hojas y las flores son basura) y hay que regarlos con agua que debería ser para los humanos (en el saldo, los árboles producen más agua de la que consumen).
· El follaje estorba la vista de las casas, impide pasar la luz del sol a las ventanas, tapa semáforos y señales viales (para eso existe la posibilidad de podar con cuidado).
· Las ramas pueden romper cables de electricidad o teléfono; y un viento fuerte o terremoto puede tirar una rama y lastimar a alguien (otra vez: se puede podar y no preferir el cemento pelón en la acera).
· Los pájaros que anidan en los árboles ensucian los carros con sus desechos (o sea, la molestia de tener que lavar el auto justifica acabar de plano con pájaros y árboles).
· Su sombra no deja crecer el pasto debajo, y en la tierra de su base se crían ratas (absurdo).
Por ello, para los dendrófobos asfaltófilos, aunque no lo reconozcan ni siquiera en su fuero interno, el único árbol bueno es el árbol muerto y la ciudad ideal sería una plancha gris carente de áreas verdes.
En su opinión, los inconvenientes listados arriba (algunos atendibles, otros ridículos, ninguno irremediable) pesan más que las ventajas de conservar árboles: atenuar los cambios climáticos, reducir los niveles de bióxido de carbono en el aire, moderar el efecto invernadero, detener la erosión, propiciar la filtración de agua al subsuelo, sustentar la sobrevivencia de otras especies como pájaros, etc.
Dentro de esa lógica necrófila, "razones" similares podrían argüirse contra la existencia de los niños: son sucios, egoístas, ruidosos, rebeldes, rompen cosas, se enferman a cada rato, te meten en líos con los vecinos, cuestan un dineral, etc. ¿Deberíamos desaparecerlos también?
La realidad es que todos los organismos vivos son problemáticos e impredecibles. La vida es riesgo e inseguridad, trátese de árboles o niños o insectos o ballenas.
¿O acaso queremos un mundo muerto, hecho sólo de postes, cables y asfalto? Éste es el deseo secreto de los dendrófobos, aunque la mayoría de ellos ni siquiera lo sospeche y crea que su actitud criminal contra los árboles obedece a un proceso racional e inteligente.
Fuente: Guillermo Farber