Una vez más nos asustan con fantasmas. Es lo más frecuente en la historia de la ciencia, y lo más rentable en la historia de la ciencia-ficción: una curiosidad insaciable, mezclada con el miedo a lo desconocido. Yo he cultivado la ciencia-ficción, mas no la ciencia pura. Tengo un inmenso respeto por ambas, y sin embargo a estas alturas más que nunca creo que eso de distinguir entre "pura" y "ficción" está perfectamente justificado.
En su momento nos lo dijeron los catastrofistas de la aviación: nada más pesado que el aire podría volar jamás, y en el improbable caso de que semejante fenómeno fuese posible, el cuerpo humano sufriría efectos fisiológicos desastrosos. Por cierto, lo mismo dijeron otros calamitosos del ferrocarril, si esa máquina infernal pasaba de 40 millas por hora. Por supuesto, otro tanto se temía que ocurriera si el hombre se atrevía a superar la barrera del sonido.
Entre esos catastrofistas siempre hubo científicos y cienciaficcioneros. Menores, es cierto, pero científicos y cienciaficcioneros al fin. De entre sus numerosas advertencias terroríficas, no recuerdo una que se haya concretado. Aunque hay otras que más nos vale tomar en cuenta, como el cuidarnos más de los rayos solares; pero esas no son especulaciones a priori, sino hallazgos a posteriori.
Ahora nos dicen que estamos comiendo alimentos transgénicos y eso, eso, eso... pues quién sabe qué provocará, pero por lo pronto suena muy feo, como riesgo posmoderno, como peligro galáctico, como amenaza de Andrómeda.
Pero vayamos por partes. Según exponen los especialistas, una cosa son los alimentos transgénicos y otra los alimentos con hormonas no asimiladas. Esto segundo parece ser culpable de ciertos casos de obesidad: las hormonas administradas al ganado para su engorda acelerada, pueden pasar al ser humano si no fueron cabalmente metabolizadas por el animal del que procede el T-bone con chícharos que disfrutamos "medium-rare".
Los alimentos transgénicos son algo distinto. Son especies desarrolladas en el laboratorio cambiando algunos de sus genes por otros de alguna especie diferente. Por ejemplo, semillas de maíz más resistentes a la humedad escasa o a ciertos parásitos o a las heladas o a lo que sea.
Los pavos "doble pechuga" son otro ejemplo clásico: aves a las que se programa genéticamente para tener una masa muscular mucho más abundante que la normal, en esa zona de su cuerpo preferida por los consumidores estadunidenses. Cierto que los pobres animales así modificados tienen conflictos cardiacos por la necesidad de irrigar áreas adicionales, lo que a su vez impone demandas mayores a su sistema respiratorio. Pero ese es un problema del pájaro en cuestión, que algunos avicultores han resuelto instalando las jaulas en lugares a nivel del mar, de manera que la presión atmosférica modere ese inconveniente.
Pero esos detalles no están en el meollo del asunto. Lo crucial es que en esencia todos los seres vivos del planeta fuimos, somos y seremos transgénicos. Entendido este concepto como el producto inevitable del fenómeno llamado evolución biológica.
Veámoslo así. Todo ser vivo es como es porque así lo dicta su código genético, y ese código genético tiene los mismos cuatro elementos en todo lo orgánico sobre esta tierra, desde amibas y medusas hasta humanos y elefantes. Es como un programa de computadora. No importa qué tan complicado sea, consta de una larga serie de ceros y unos; nada más ceros y unos.
Con los organismos pasa otro tanto, sólo que en vez de dos elementos, nos componemos de cuatro. Y las combinaciones posibles con estos cuatro elementos, en una cadena larga, son alucinantes. Hoy existen diez o quince millones de especies. Eso es apenas el uno por ciento de todas las especies habidas (el resto ya se extinguió). Y ese total de mil o mil quinientos millones de especies registradas por la naturaleza hasta hoy, es apenas una fracción minúscula de las especies (o combinaciones) posibles.
Eso es evolución. Pero también puede considerarse "transgenismo". De modo que si la naturaleza lleva milenios practicando el método masivamente, ¿qué tanto puede significar en ese inmenso ensayo nuestros tanteos diminutos y titubeantes?
En su momento nos lo dijeron los catastrofistas de la aviación: nada más pesado que el aire podría volar jamás, y en el improbable caso de que semejante fenómeno fuese posible, el cuerpo humano sufriría efectos fisiológicos desastrosos. Por cierto, lo mismo dijeron otros calamitosos del ferrocarril, si esa máquina infernal pasaba de 40 millas por hora. Por supuesto, otro tanto se temía que ocurriera si el hombre se atrevía a superar la barrera del sonido.
Entre esos catastrofistas siempre hubo científicos y cienciaficcioneros. Menores, es cierto, pero científicos y cienciaficcioneros al fin. De entre sus numerosas advertencias terroríficas, no recuerdo una que se haya concretado. Aunque hay otras que más nos vale tomar en cuenta, como el cuidarnos más de los rayos solares; pero esas no son especulaciones a priori, sino hallazgos a posteriori.
Ahora nos dicen que estamos comiendo alimentos transgénicos y eso, eso, eso... pues quién sabe qué provocará, pero por lo pronto suena muy feo, como riesgo posmoderno, como peligro galáctico, como amenaza de Andrómeda.
Pero vayamos por partes. Según exponen los especialistas, una cosa son los alimentos transgénicos y otra los alimentos con hormonas no asimiladas. Esto segundo parece ser culpable de ciertos casos de obesidad: las hormonas administradas al ganado para su engorda acelerada, pueden pasar al ser humano si no fueron cabalmente metabolizadas por el animal del que procede el T-bone con chícharos que disfrutamos "medium-rare".
Los alimentos transgénicos son algo distinto. Son especies desarrolladas en el laboratorio cambiando algunos de sus genes por otros de alguna especie diferente. Por ejemplo, semillas de maíz más resistentes a la humedad escasa o a ciertos parásitos o a las heladas o a lo que sea.
Los pavos "doble pechuga" son otro ejemplo clásico: aves a las que se programa genéticamente para tener una masa muscular mucho más abundante que la normal, en esa zona de su cuerpo preferida por los consumidores estadunidenses. Cierto que los pobres animales así modificados tienen conflictos cardiacos por la necesidad de irrigar áreas adicionales, lo que a su vez impone demandas mayores a su sistema respiratorio. Pero ese es un problema del pájaro en cuestión, que algunos avicultores han resuelto instalando las jaulas en lugares a nivel del mar, de manera que la presión atmosférica modere ese inconveniente.
Pero esos detalles no están en el meollo del asunto. Lo crucial es que en esencia todos los seres vivos del planeta fuimos, somos y seremos transgénicos. Entendido este concepto como el producto inevitable del fenómeno llamado evolución biológica.
Veámoslo así. Todo ser vivo es como es porque así lo dicta su código genético, y ese código genético tiene los mismos cuatro elementos en todo lo orgánico sobre esta tierra, desde amibas y medusas hasta humanos y elefantes. Es como un programa de computadora. No importa qué tan complicado sea, consta de una larga serie de ceros y unos; nada más ceros y unos.
Con los organismos pasa otro tanto, sólo que en vez de dos elementos, nos componemos de cuatro. Y las combinaciones posibles con estos cuatro elementos, en una cadena larga, son alucinantes. Hoy existen diez o quince millones de especies. Eso es apenas el uno por ciento de todas las especies habidas (el resto ya se extinguió). Y ese total de mil o mil quinientos millones de especies registradas por la naturaleza hasta hoy, es apenas una fracción minúscula de las especies (o combinaciones) posibles.
Eso es evolución. Pero también puede considerarse "transgenismo". De modo que si la naturaleza lleva milenios practicando el método masivamente, ¿qué tanto puede significar en ese inmenso ensayo nuestros tanteos diminutos y titubeantes?
Fuente: Guillermo Farber