NADIE SABRÁ NUNCA (ÍDEM, MÉXICO, 2018)
Lucía (Adriana Paz) es una mujer atrapada en un pueblo en medio de la nada, donde incluso sus pobladores dicen que ahí ya no hay nada, pronto se convertirá en uno de esos pueblo fantasmas que salen en televisión atina a decir un personaje, Lucía es madre de dos hijos y tiene un marido (Jorge A. Jimenez) muy cerrado e increíblemente machista, o muy creíble ya que es la norma en estos pueblos, la mujer sueña con una vida en la ciudad, donde todos viven mejor y solo se puede mejorar, mas aun con la entrada del gobierno de Lopez Portillo y Hank Rhon, por supuesto que nosotros ya sabemos como terminara esta historia de "crecimiento y adelanto tecnológico", como apunta el sheriff del pueblo al dejar salir a un ladrón, "que mas da uno mas fuera", mientras la cámara se dirige al retrato presidencial. Pero la cinta escrita y dirigida por Jesús Torres Torres no tiene como principal motivo la critica al gobierno y los bandidos partidistas, sino en el drama de una familia rural que podría ser nuestra o una que conocemos.
Lucía quiere huir de ese pueblo perdido en la nada, su marido Rigoberto no ve con buenos ojos ese cambio, ¿que haría alla? ella seguro cambiaría, y de ninguna manera permitira que su mujer tome las decisiones, como se lo recuerda a cada rato su cizañera madre Berta (Arcelia Ramírez), ademas Lucía tambien se enfrenta con las opiniones de sus cerrados padres, su madre Fidela (bienvenida Ofelia Medina) no entiende porque sueña, despues de todo ella solo vivió lo que vivió porque tuvo que vivirlo y ya, una terrible idea que ademas es una pesadilla gramatical, quizá por ello Lucía es aficionada a las radionovelas, a las películas del cine mexicano de oro, a los western, y comparte esto con su hijo Braulio (Luciano Martínez), un niño que se escapa ver retazos de películas en la tiendita de la esquina, y que sueña despierto sobre el mundo que ve en la televisión.
Uno de vaqueros, con todo y héroe rudo y de pocas palabras, que puede salvarlo del mundo en el que vive, o que por lo menos puede hacerlo mas llevadero, es así que el director y su fotógrafo Alejandro Cantú nos presentan estos cambios con un bello blanco y negro que deja claro que estamos en las ensoñaciones del pequeño, ademas la fotografía y la puesta en escena de toda la cinta es muy buena, técnicamente y en cuanto a valores de producción la cinta cumple cabalmente, se agradecen las referencias cinefilas, y aunque la historia es sencilla y parece que siempre sabemos como seguirá, lo cierto es que aunque terrible y dramática nunca pierde la esperanza, una que no desaparece de la cara de un protagonista que se ve obligado a crecer y madurar pronto forzadamente, lo bueno es que su amor por el cine lo hace soportar esto, por lo menos se comparte esto con él, y supongo que con el propio director.
Calificación: Palomera